CLUB SOL DE MAYO

 Los carreros que recorrían la zona rural a comienzos del siglo pasado bautizaban los parajes y vaya a saber por qué dijeron Almacén El Centro. Allí nació Sol de Mayo, el 19 de junio de 1921, creado por los vecinos como tantos clubes rurales: un lugar donde reunirse, divertirse y descansar; jugar fútbol, seguro; citas danzantes y gastronómicas, también, y celebrar efemérides patrias con una combinación de cuadrangular, juegos de salón y al aire libre, y cierre con tertulia. ¿Podía imaginarse una idea mejor para pasar agradables momentos después de días intensos de trabajo entre surcos, árboles frutales, huerta, chacra...? No, el pueblo no estaba lejos pero mejor entre ellos e invitando familias amigas a disfrutar juntos...

Y al amparo de la añosa cortina de eucaliptus y rodeada de eternos montecitos de naranjas, la cancha fue escenario de durísimos choques, mayoría de años en el Ascenso, pero saboreando muchas temporadas ese cosquilleo de codearse con los más poderosos de Primera. Brillaba la roja con la V blanca en tardes soleadas o grises, no importaba, y el puñado de hinchas gozaba triunfos o se conformaba con esperar revanchas. (¿Por qué esos colores? Según testimonios de familiares de Carlitos García, los fundadores Catalán, Pezzoli, Novella y Sotro optaron por el rojo porque un inmigrante de apellido español prefería el mismo color que el Mallorca, y a pedido de Catalán, la V blanca que tenía que llegar hasta el ombligo, por las naranjas...)

Sol de Mayo fue el segundo club (el primero fue La Esperanza en 1919) que se creó en un paraje del Partido. Ambos, en 1932, participaron de la fundación de la Liga Deportiva Sampedrina. El tercero nació tan cerca de Almacén El Centro que enseguida los encuentros alcanzaron categoría de clásicos, porque en La Buena Moza (también denominación de los carreros) asomaba 12 de Octubre...

Vida propia en un barrio, porque me contaron que funcionaba el almacén de los Gayá, la herrería de Marrone y Chirlo, y que el peluquero Novella atendía su clientela. Seguro hubo más gente referente del paraje, pero lo mío no es historia. Son datos que conservo en mi memoria y que comparto con ustedes en este centenario. Y por ello no quiero dejar de mencionar al señor Rivadeneira, caminero desde Almacén El Centro hasta La Rosada, con domicilio pasando unos kilómetros del puente Villa Sarita, y a don Benón Ucero que en su galera llegaba con visitantes, correspondencia y encomiendas... La preciosa Escuela 18 alojó la mayoría de niñas y niños del paraje...

Personalmente, ir a la cancha de Sol de Mayo, como futbolista, hincha o cronista, me encantaba. Ya después de pasar las vías del Ferrocarril, a la vera de la 191, el paisaje dorado de frutos rozagantes o el rosado de durazneros de un San Pedro de ensueño, aumentaban mi pasión futbolera. Ya estaba don Gayá con la caja y las entradas y el cambio, vigilante que los pícaros intentaran filtrarse sin pagar. A la izquierda el salón y a la derecha el montecito que, en mis tiempos de infantil simpatizante banfileño, "visitábamos" buscando naranjas que se asemejaban a frutos sagrados que había que disfrutar enseguida del hallazgo al conjuro de la dulce y tierna resignación de los mayores y la mirada antipática de los pibes locales, que nos veían como verdaderos demonios oliendo a naranja verde...

Sol de Mayo, como su vecino 12 de Octubre y otros amigos más lejanos, Huincaló y Tablense, pero siempre participantes de los históricos cuadrangulares en celebraciones patrias, tenía de vestuario el salón de baile, sentados los futbolistas en sillas de madera o la Quilmes de hierro, o en bancos larguísimos. Parecía un local sin techo, oculto por los banderines ubicados horizontalmente para engalanar las fiestas familiares.

La cantina estaba detrás del arco de la entrada, con "bebida blanca" (coñac, Paddy, algún ginebrón y la Legui para calentar el garguero y el cuerpo todo), vino en días templados y el sandwich de chorizo, especialidad inigualable de los clubes de campo por su calidad en la elaboración...

Banfield visitó unas cuantas veces Sol de Mayo en los comienzos de los setenta, cuando para mí los domingos sólo tenían significado albiverde. Y generalmente cada vez que íbamos a esa cancha hacía frío o lloviznaba. Como anécdota cuento que una de esas idas fue el día previo a la nevada del 73; un domingo de frío insoportable, sólo mitigado por el encendido de hojarasca de los altísimos y protectores eucaliptus, cercanos a la mítica pista de carreras cuadreras...

Hoy, Sol de Mayo vive en el recuerdo, pero quería compartir estas líneas que, como fue dicho, no escribí con el ánimo de sintetizar una historia. No. Aquí falta la mención de gente que trabajó mucho por el club y que no cito porque seguro olvido varios. Sólo fue la mirada de un entusiasta que ama los clubes.

Texto Jorge Bolla

Fotografías Carlos García 




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