LOS IRLANDESES EN ARGENTINA
La secuencia migratoria a través de los
tiempos ha originado diversas opiniones y reacciones, muchas veces positivas
para los migrantes, otras con un carácter negativo que afectó a su normal
reubicación. Fue así en épocas remotas y lo es hoy, después de milenios.
Irlanda es
uno de los pocos países de Europa que nunca fue conquistado por los romanos.
Antes del siglo X
los pobladores eran gaélicos, de
lengua y cultura celta, en su mayoría campesinos que se
dedicaban a la agricultura y a la cría de ganado.
A partir del siglo V los gaélicos se
convirtieron poco a poco al Cristianismo, aunque seguían
manteniendo muchas supersticiones y prácticas paganas.
Entre los siglos X y XII, la isla primero fue invadida por los vikingos y luego por los anglo-normandos, que la incorporaron al Reino de
Inglaterra. Los
invasores construyeron ciudades en las zonas costeras desde donde comerciaron
haciendo tratados políticos con la población nativa del interior, pero no
ejercieron un verdadero control sobre la isla, donde el poder seguía en manos
de los reyes celtas.
.
El destino de los irlandeses cambió para siempre en el siglo XVI, cuando el rey de
Inglaterra, Enrique VIII, dio la espalda a la Iglesia Católica y fundó su propia
religión protestante: el anglicanismo. Como
mandato de esta nueva religión, intentó imponerla en todo el territorio bajo su
reinado. Hubo varias sublevaciones contra la colonización
inglesa, pero todas fracasaron. La represalia más sangrienta ocurrió entre
1649-1653 bajo el puritano Oliver Cromwell, quien en su campaña de castigo
diezmó a la población irlandesa a la mitad entre guerras, masacres,
hambrunas y enfermedades.
A mediados del siglo XIX, Irlanda ya llevaba varios siglos bajo el sistema
colonial, con la élite socioeconómica dominada por protestantes de ascendencia
británica. En 1845, hubo un brote de potato blight, una
epidemia de patatas que causó devastación al cultivo en toda Europa. La cosecha
descendió por 1/3 en Irlanda, pero aún era suficiente para abastecer a toda la
población de la isla.
Pero las
autoridades británicas establecieron programas de “trabajos por alimentos” para
que los nativos “ganaran” su ración, obligando a los solicitantes a construir
muros o cavar diques antes de darles comida. Debido a la precariedad de estas
condiciones laborales, miles de irlandeses murieron exhaustos y enfermos. Se
calcula que entre 1845 y 1852 la población de Irlanda descendió de 8 millones a
4 millones: 2 millones perecieron de hambre y epidemias y otros 2 millones
emigraron, la mayoría al otro lado del Atlántico.
Los irlandeses que decidieron emigrar
también corrieron grandes riesgos, hacinados en barcos para hacer esa travesía
por mar, con la mínima cantidad de agua y comida. Algunas estadísticas estiman
que sólo un 70% de los que zarparon llegaron finalmente a destino. Los
afortunados que lograron desembarcar en América se encontraron en una sociedad
donde ya no eran siervos de nadie y al menos bajo la ley, tenían los mismos
derechos que cualquier ciudadano americano.
Durante los años 1830 a 1930, y en
particular entre 1850 y 1870, se
estima que arribaron a la Argentina entre 10.000 y 30.000 inmigrantes irlandeses, provenientes
principalmente de los condados de Westmeath, Longford, Offaly y Wexford. La
mayoría de ellos se instalaron en Buenos Aires y el Litoral, siguiendo el
consejo de amigos y familiares que, ya radicados, enviaban descripciones
positivas del país y sobre las posibilidades de poseer tierras en la
región del Río de la Plata. En el campo, los irlandeses trabajaban como obreros
rurales, ganaderos y pastores, sobre todo en producción de lana y corderos.
Argentina logró contar con unas 500.000 a 1.000.000 de personas
descendientes de estos primeros inmigrantes, la quinta población más grande
fuera de Irlanda. Muchos se establecieron en tierras de San Pedro, donde con su
esfuerzo lograron éxito en sus trabajos y formaron familias por lo general
numerosas, que fueron sembrando de apellidos irlandeses estas queridas pampas
sampedrinas. Pasó mucho tiempo, pero su recuerdo imborrable es un aliento de
esperanza en estos difíciles momentos de la historia mundial.
Colaboración Julia McInerny
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