LA MISA DEL ALBA
Los árboles dibujaban extrañas figuras. El contorno de la fuente cobraba una belleza distinta. La larga noche invernal se prolongaba y la niebla que cubría la plaza desierta intentaba apagar el sonido de las campanas del Socorro, que llamaban a la primera misa; adentro, las sombras se confundían en la semipenumbra del templo que tenía iluminado sólo el altar mayor.
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Todo parecía cambiar durante esa ceremonia rezada en un latín que
obligaba a esforzarse para no confundir sus secuencias. Un particular
resplandor envolvía los viejos altares enmarcados entonces por el dorado de sus
maderas cuidadosamente trabajadas. La silueta oscura de
El clásico repiqueteo de cascos anunciaba la llegada de la vieja volanta del Hospital
que transportaba a las hermanas de San Camilo, con sus hábitos negros y sus cruces rojas sobre
el pecho. Bajaban ágilmente y se incorporaban al limitado grupo de fieles,
acaso buscando fuerzas para su diaria tarea de enfermeras. Al acercarse a
comulgar para dirigirse luego a su ya acostumbrada ubicación, las monjas se movían acompasadamente
respondiendo a un ritual reiterado por años, con sus sobresalientes tocas que
casi impedían distinguir sus rostros.
Después de la bendición partían silenciosas y subían a la volanta que se perdía en la niebla: las
esperaba la actividad febril de ese mundo reservado para quienes están
dispuestos a entregar su capacidad y su
vocación de servicio. Honraron ese voto
de amor al prójimo día tras día desde principios del siglo pasado, hasta que
una decisión de su propia orden les impuso un nuevo destino.
El 28 de diciembre
de 1964, San Pedro las despidió definitivamente con una misa en la gruta del
Hospital.
Pasó el tiempo. La antigua volanta es una anécdota y las hermanas de San
Camilo ya pertenecen a la historia sampedrina. Algunas normas religiosas se
renovaron y el interior del templo luce hoy modificado. Pero todavía la niebla
pretende apagar el sonido de las campanas, y cuando desciende sobre la plaza
con su cerrado misterio, parece ocultar aquellos viejos recuerdos de la misa
del alba...
Julia McInery
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