DOCTOR ADOLFO M. CASTRO



    Hacia fines del siglo XIX el nombre de este joven médico salteño se incorporó a la nómina de los profesionales que cumplían su comprometida actividad en el viejo San Pedro. Enfrentando complejas enfermedades, casos de difícil resolución por la limitada falta de recursos tecnológicos propios de la época que imponían traslados a las ciudades que sí los poseían, sumados a las peligrosas epidemias que acechaban a las poblaciones, la abnegada tarea de estos profesionales de la salud dejó tantos ejemplares y perdurables recuerdos que merecen ser evocados.      
    

    El doctor Adolfo Manuel Castro nació en 1859 y parte de su vida  transcurrió en San José de los Cerrillos, pueblo creado en 1822 y ubicado tan solo a 15 km al sur de la ciudad de Salta, capital de la provincia. Sus construcciones bajas y su plaza con su iglesia principal, recuerdan su importancia histórica por haberse firmado allí con anterioridad a su fundación el “Pacto de los Cerrillos”, el 22 de marzo de 1816, entre los generales Güemes y Rondeau. Este acuerdo aseguró la paz y la unión de Salta y Jujuy al impedir un enfrentamiento entre las tropas de Güemes y el ejército expedicionario, y posibilitó meses después la declaración de la independencia, reforzando el espíritu patriótico de los naturales de ese pueblo, en cuyo escudo se lee el lema “Siempre juntos en dignidad, lealtad y soberanía”. Con el correr del tiempo, las actividades culturales de Cerrillos la hicieron conocida por sus poetas, músicos y artistas de distinta índole.    
    En ese marco reposado del valle de Lerma, de clima subtropical con estación seca, con su feria con planteles de miles de mulas y caballos que fue en su época una de las más grandes del mundo, con sus ricas haciendas y sus amplios cultivos, con familias tradicionales que además de comerciar y exportar sus producciones establecieron entre sí lazos de parentesco y de amistad perdurables, se desenvolvió la infancia y la juventud del recordado médico.
  
 Fueron sus padres don Benigno Castro y Augier, oriundo de Catamarca, y doña Serafina de la Cuesta, natural de Salta, ambos pertenecientes a la más destacada sociedad salteña, quienes junto a sus hijos Ramón Benigno, Alfredo Manuel, Asunción, Mercedes, Carmen y Patricio, conformaron una familia influenciada por muchas de las cualidades 

forjadas en ese entorno tan peculiar, donde los individuos transitaban por un espacio social, económico y político que los inducía a encauzar acertadamente sus vidas. Ramón Benigno Castro, uno de sus hermanos, fue un destacado ingeniero civil que realizó en Argentina grandes trabajos geodésicos, mensuras, planificaciones y peritajes.                                                                                                                                                
Fue Director de Tasadores del Banco Hipotecario y catedrático de matemáticas. En 1900 fue Intendente de San Isidro y diseñó las calles de Olivos, además de trazar los planos de Carhué  y otras localidades.
    Adolfo Manuel Castro cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de la ciudad de Salta, egresando como bachiller en 1878. Al año siguiente ingresó en la Universidad de Buenos Aires e integró un grupo de condiscípulos con quienes se mantuvo unido en las inclinaciones intelectuales, y en la decisión de servir como practicantes médicos del ejército nacional durante los acontecimientos de la revolución de 1880, en las cruentas batallas de Puente Alsina, donde hubo que lamentar alrededor de 500 muertos, y al día siguiente en la de Corrales Viejos. Desde sus años de estudiante manifestó su interés por la investigación de las enfermedades nerviosas, que lo llevó a presentar su tesis titulada Ensayo sobre el histerismo publicada en Buenos Aires en 1886, aprobada por la encomiable opinión expresada por las autoridades científicas nacionales de la época, entre ellas el doctor Juan B. Señorans, quien fuera una de las personalidades más descollantes entre los estudiantes de medicina.
    

Al obtener su título profesional en 1886 el doctor Adolfo Castro regresó a su provincia natal, fue médico del hospital de la capital de Salta y luego se incorporó a la Armada Nacional, desempeñando así su profesión en las tareas propias de esta fuerza naval. Tuvo la oportunidad de incrementar sus conocimientos en la universidad de París, precisamente en la cátedra de Jean Martín Charcot, famoso neurólogo francés que gozó de fama y prestigio internacional. De regreso a su patria, optó por trasladarse a San Pedro, donde fijó su residencia y abrió su consultorio médico.
    En abril de 1892 el recién fundado periódico El Independiente publicaba en su N° 2 el aviso del doctor Adolfo M. Castro donde informaba a los lectores que atendía de 13h a 15h, ofreciendo además consultas y vacunaciones gratis para los pobres los martes, jueves y sábados, al considerar como condición natural la igualdad, tal vez por su temperamento tranquilo y reposado. Más adelante mudó su consultorio a la calle Constitución esquina Puerto y en noviembre de 1895, con el mismo horario, atendía a sus pacientes en su nuevo domicilio, en la casa del Banco de la Provincia. Se desempeñó además como médico municipal y médico de policía y dirigió las campañas de vacunación gratuita de la población que se realizaban en la Casa Municipal, con su asistencia siempre accesible a las intenciones nobles y generosas.
    En abril de 1893 la Sociedad Italiana celebró una asamblea donde se nombró médico de esta entidad al doctor Adolfo M. Castro quien prestaría sus servicios junto al doctor Emilio Ruffa, también médico de esa asociación, y en esa misma fecha fue designado Médico de Policía en reemplazo del Doctor Ruffa que había presentado su renuncia después de una prolongada actuación. En junio de 1894, el Dr. Castro junto a los señores Antonio Etcheverri, Ernesto de La Place y José Delboy dieron por constituida una comisión para poner en práctica la iniciativa de llevar una ayuda a los pobres en el día 9 de julio, al conmemorarse el Día de la Independencia, idea que surgió de este grupo que compartía sentimientos generosos y humanitarios.
    Se avecinaban malos tiempos para la tranquila vida pueblerina. En su edición del 30 de diciembre de 1894 El Independiente se hacía eco de la alarma que se extendía por todo el país ante la aparición del cólera, esa terrible enfermedad que sembraba temor y luto  entre todos los habitantes. Médicos representantes de las comisiones de Higiene Nacional y Provincial viajaron a San Pedro y nombraron delegado de esa institución al Dr. Castro a quien le ayudaría un guardia sanitario en su difícil y peligrosa tares, y anticiparon la entrega de una fumigadora y folletos con instrucciones profilácticas, medidas que el Dr. Castro solicitó ampliar con el envío de otros dos guardias. Como muy bien describían sus amigos la vida de un buen médico es una cadena interminable de perseverancia, de sacrificios, de continuo batallar”. Desde El Independiente tributaban un homenaje a los doctores Ruffa y Castro, que se multiplicaban para atender a los enfermos y evitar el mayor desarrollo del mal.” A fines de enero de 1895 el periódico alertaba a la población del recrudecimiento de esta enfermedad, noticia que reforzaba las prevenciones en las distintas localidades. Hacia fines de febrero ya se lamentaba en este pueblo un importante número de víctimas de distintas edades y condición social, y allí estaban presentes los citados médicos  entregados a la dificultosa y arriesgada tarea de enfrentar el cólera.
    Pero poco después en sus páginas se publicaba lo sucedido el 8 de marzo de 1895: La terrible enfermedad reinante, el cólera, ha elegido esta vez una víctima distinguida: el Dr. Ruffa, que se enfermó el viernes a las dos de la mañana y a las ocho de la noche del mismo día ya había fallecido”. ”...”el Dr. Romeo Della Volta que se hizo venir del Baradero, secundó al Dr. Castro e hicieron cuanto humanamente pudo hacerse para salvarlo.”  Conmovido por la muerte de este abnegado amigo, mientras atendía con él en forma altruista a los pacientes que luchaban contra esta enfermedad en medio de tantas carencias, el Dr. Castro debió superar con valentía ese tremendo impacto y prosiguió en la desigual batalla, en ese desafío extenuante que parecía no tener fin.
    En el mes de abril de 1895 se continuaba combatiendo los casos de cólera y cuando esta terrible enfermedad parecía alejarse, una nueva amenaza se cernía sobre la población: los casos de fiebre tifoidea que cobraban sus víctimas a pesar del duro y peligroso combate con que la enfrentaban los médicos sampedrinos. Otras enfermedades como el carbunclo y la viruela, causante de muchas bajas entre las familias de los habitantes, también eran un serio motivo de preocupación para los profesionales, hasta que por fin pareció serenarse este panorama devastador.
     A pesar de las múltiples actividades que cumplía en San Pedro, nunca olvidó su tierra salteña, y a mediados de julio de 1895 solicitó y obtuvo de la Municipalidad una licencia de un mes para viajar a esa provincia. En su ausencia atendió su clientela el Dr. Isasmendi, que habitó en la casa del Dr, Castro y así, su previsión y cuidado en todo lo concerniente a su profesión lo fortalecían cada vez más en el concepto popular. La comisión directiva del Club de Artesanos, de la cual era presidente,  y toda la sociedad sampetrina, lo despidieron con los mejores augurios y a su regreso le brindaron afectuosas recepciones.
    Su amplitud de espíritu le permitió destacarse también en distintos actos que se llevaron a cabo en el pueblo de San Pedro, como la demostración ofrecida en mayo de 1896 en el Comité Cívico Nacional por un grupo de ciudadanos al señor Gerardo F. Bozzano por su nombramiento como senador, en la cual el doctor Castro fue el primero en homenajearlo entre otros oradores. En el mes de mayo de 1896 integró una comisión convocada por el intendente municipal, destinada a organizar la forma en que se celebrarían las próximas fiestas Mayas, para recordar dignamente esa importante fecha.
    Hacia el mes de agosto de ese mismo año la población de San Pedro recibió la noticia del enlace matrimonial del Dr. Adolfo Castro con la señorita Eleodora Basavilbaso y Mamberto que se llevaría a cabo el día 1° de septiembre de 1896. La expectativa que generó este anuncio se vió ampliamente cumplida, pues la ceremonia religiosa y la posterior reunión se efectuaron en la casa del señor Vicente Basavilbaso y Miguens, padre de la novia, donde una numerosa concurrencia ocupaba los amplios salones, con su valioso y selecto mobiliario que se mostraba en todo su esplendor abriéndose a las galerías y al hermoso patio de la mansión, donde la amabilidad y galantería de los dueños de casa dieron como resultado una fiesta que dejó muy gratos recuerdos en todos los participantes. Los desposados emprendieron un viaje al Paraguay y a su regreso iniciaron su vida familiar que con el tiempo recibió la llegada de sus tres hijos: Eleodora, que permaneció soltera; Adolfo, casado con Ester Vaccari, sin descendencia y Elvira, de cuyo matrimonio con el Dr. Luis Prémoli nacieron dos hijos, Elvira Ángeles, y Luis Adolfo que contrajo matrimonio con María del Carmen Sánchez Negrete, y que fueron padres de Luis Adolfo Prémoli, hoy a su vez padre de tres descendientes.
    Después de su boda el Dr. Adolfo Castro continuó con sus tareas profesionales y con sus múltiples actividades, integrando la Comisión de la Biblioteca Popular en varias oportunidades y en 1898, desempeñándose como consejero del Banco de la Nación en la localidad. A fines de 1899 fue electo como vicepresidente de la comisión directiva del Club Unido.
    Su infatigable espíritu de estudioso se volcó en investigar La propensión de las enfermedades nerviosas en el noroeste argentino, pero durante la elaboración de este trabajo, sufrió un serio quebranto en su salud, y en noviembre de 1900 debió solicitar dos meses de licencia como médico municipal. A partir de ese momento, las alternativas de su enfermedad fueron seguidas con inquietud por todo el vecindario, que tan justamente estima a este distinguido facultativo, por su carácter bondadoso y su generosidad sin límites, puesta a prueba en miles y miles de casos”. El aviso de su consultorio fue suspendido del periódico, que inició un largo período de respetuoso silencio con respecto a los altibajos de su salud. El 5 de agosto de 1903 la noticia de su muerte en Buenos Aires, donde se hallaba en asistencia desde mucho tiempo atrás, causó una profunda conmoción en la población sampedrina, reflejada en notas periodísticas: “El Dr. Castro era  para los pobres y desvalidos no solo su médico que se convertía a veces en enfermero, sino que en millares de casos era el padre amante y cariñoso que proveía a las necesidades del desolado hogar”. “Su acción bondadosa y eficiente se hizo sentir en los círculos sociales, en las sociedades extranjeras, centros de beneficencia, asociaciones piadosas, instituciones patrióticas; a todos les llevó el concurso de sus luces, su óbolo, su consejo, sus servicios médicos, con una generosidad jamás desmentida.” Este gran aprecio quedó demostrado en el sepelio de sus retos en el cementerio local, y el periódico “La voz de la Iglesia” de la capital publicó también una nota en su homenaje. Un grupo de sampedrinos formó una comisión para convenir la forma en que se habría de perpetuar la memoria del malogrado médico, y se decidió por erigir un monumento, encontrando un amplio espíritu de colaboración reflejado en la copiosa lista de suscriptores que El Independiente debió publicar en un suplemento adjunto de su edición N° 602 del 8 de noviembre de 1903, más la donación municipal del terreno donde descansarían sus restos y se levantaría la obra arquitectónica. En enero de 1904 el escultor suizo Alejo Joris, que llevaba a cabo el trabajo, anunció que estaba concluido el modelo y que esperaba la aprobación del parecido para finalizarlo. Las previsiones tomadas por la comisión organizadora del homenaje siguieron adelante, hasta materializar la inauguración del monumento el domingo 7 de agosto de 1904, cuando una nutrida columna concurrió a rendir el merecido tributo a ese médico que corría en pos de la desventura ajena como se corre detrás de la propia felicidad, con su sentimiento superior y humanitario que buscaba siempre su norte al igual que la aguja imantada obedece a su ley.” Posteriormente tuvo lugar la inauguración del Hospital de San Pedro, demolido a fines de la década del setenta para levantar en ese mismo lugar el edificio actual, y en aquella ceremonia efectuada el 22 de enero de 1905 el nombre del Dr. Adolfo M. Castro fue impuesto a una de las salas originarias, actuando como padrinos el señor Vicente Basavilbaso y su esposa, la señora Elvira Quiroga de Basavilbaso. Una vez más se plasmaba así el agradecimiento de un pueblo a ese distinguido amigo salteño “de palabra franca, de intencionas nobles y generosas, al que la ciencia médica le sirvió de medio para hacer gala de la preciosa carga de su corazón”. 
Su actuación en las epidemias de Cólera en Salta (1886 – 1887)

La reciente publicación de la nota sobre el Doctor Adolfo M. Castro en el bisemanario El Imparcial y en el blog http://sanpedrohistorico.blogspot.com.ar/ que demostraron su generosa predisposición para difundirla, tuvo una grata e inesperada consecuencia. Debido a la comunicación mantenida por el señor Fernando Chiodini, responsable del mencionado blog, con el doctor Carlos Gustavo Di Bartolo quien tiempo atrás se había interesado por la actuación profesional del Dr. Castro en San Pedro, se pudieron conocer con certeza otros  


valiosos datos sobre el desempeño del recordado médico en Salta, su provincia natal.
 Mediante la amable contribución enviada por el Dr. Di Bartolo se confirma que el Dr. Adolfo M. Castro actuó como médico en el Hospital del Milagro donde lo sorprendió la epidemia de cólera de la provincia de Salta (1886 -1887) en la que se comportó abnegadamente prestando servicios en la ciudad de Salta y en la de Cerrillos, cabecera del Departamento del mismo nombre, vecino a la capital, donde su proceder lo hizo merecedor de una medalla cuyas imágenes obtenidas del Museo Mitre son las que acompañan esta nota y se describen a continuación: 
Anverso: En el campo, dentro de una guirnalda de palmas, báculo y serpiente enroscada, símbolo de Esculapio y emblema de la Medicina. En el perímetro, leyenda semicircular superior: / AL DR. ADOLFO M. CASTRO / y semicircular inferior, en dos líneas: / EPIDEMIA DEL COLERA – 1887/ 
Reverso: En el campo, dentro de una corona de laurel estilizado y de un círculo, escudo de la provincia de Salta. En el perímetro, leyenda semicircular superior:
/ EL VECINDARIO DEL PUEBLO DE CERRILLOS AGRADECIDO /
Metal: Cobre Dorado / Diámetro: 40.5 mm / Peso: 27.8 gr / Grabador: Grande (en el reverso)
    Es un deber resaltar el interés y la amabilidad del Dr, Di Bartolo por esta justa y valiosa contribución a la memoria del médico que tanto hizo por el bienestar de los enfermos y por la población de San Pedro.       
Colaboración: Julia McInerny

Fuentes:
.  María del Carmen Sánchez Negrete de PrémoliDatos, fotografías  y archivos de familia.
. Nuevo Diccionario Biográfico Argentino -Tomo segundo, pág. 224. Vicente Osvaldo Cutolo.
El Independiente - Periódico - Archivo. Números: 2 - 14 - 79 - 81 - 132 -140 - 144 -150 - 160 -
   162 -  227 - 231 - 274 - 285 - 326 - 372 - 397 - 446 - 455 - 463 - 602 - 604 - 612 - 660   
La Tribunita. Revista Semanal. San Pedro, N° 33 - 13 de agosto de 1904.

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