EDUARDO FLORES

La nota siguiente, es un reportaje publicado por el diario La Nación el 15 de octubre de 1965

“No, no soy el  mejor”, protesta Eduardo Flores, 75 años,  desde 1910 en el río cazando nutrias; “nadie puede decir eso.”
A veces uno arma las trampas con cuidado y no atrapa ninguna, y tal vez otro, que las coloca así -hace gestos embarullados con las manos-, agarra un montón. Uno nuca sabe, reflexiona.
Eduardo Flores vive en la costa del Paraná, cerca de San Pedro. Es uno de los cientos de habitantes de la zona ribereña e islas para los que la caza de nutrias y el lobo de río es la principal fuente de ingresos. Algunos la complementan con changas o trabajando en la cosecha de frutas. Eduardo Flores camina penosamente, “tanto tiempo en el río se siente en los huesos”. Por eso mismo prefiere no hablar sobre el estado actual de la caza de nutria. Pero nos orienta: “Allá vive un Tomás Flores – ningún gesto indica que es su hijo- él sabe mucho de las nutrias y lo puede llevar a ver las trampas.”

Encontramos a Tomás con un hermano, Olegario, cazador de lobos de río y “empleado municipal”, esperan a otro hermano, Ramón, también nutriero.
Se disculpan por no poder llevarnos a ver las trampas; la “maciega”  -maraña-, no deja pasar el bote. Pero en un diálogo descansado desgranan detalles de su trabajo y su vida.
Olegario, más decidido, explica: “Los porteños creen que ponemos carnadas en las trampas”, se ríen. “Pero no, las nutrias comen yuyos. Las trampas las armamos en el agua, cerca del nido donde hay un rastro, al pasar nadando quedan atrapadas”.
“Después la matamos de un palo en la nuca”, le pega un toallazo a una gallina que pica a los pollitos ajenos y continúa, “el lobito de río y es difícil que caiga”, dice Olegario. “Pero tiene el cuero tan duro que aunque la trampa lo agarre de la punta de una pata ya no puede escapar. Y en entonces empieza a dar vueltas y vueltas hasta que muere de rabia. Después de sacarle el cuero hay que tirar la carne; tiene gusto a jabón, no la come nadie”, observa Olegario. “Ni siquiera la prueban los chanchos o caranchos”, apunta Tomás. “Sin embargo a mí mamá le gusta hervido”, apunta su rolliza esposa. “Ajá” reconoce el marido.


Trampa para nutrias
Llega el otro hermano, Ramón, de sus quince trampas logró solo una nutria chica.
Preguntamos por que caza si esta prohibido hacerlo durante la época de cría, en primavera y verano. Contesta con lógica. “Casi la mayoría de la gente de la costa vive solamente de esto, y si no caza no tiene otra cosa que hacer. Y dan un argumento irrefutable. “Igual para vigilar que no se cace en todo esto se necesita mucha policía”. Miran la inmensidad del Paraná  y sus islas, y sonríen con una mezcla de picardía y orgullo de conocedores.

En el aspecto económico señalan que, la piel de nutria se paga hasta 750 pesos y la de lobito de río hasta $ 5800. Las recoge todos los días, casa por casa, un acopiador. “Tiene mucho dinero, pero vive en un rancho caído. Viste como un linyera, se espanta Tomás. Sigue Olegario “Es tan avaro que una botella de aceite le dura  un año y medio. A mi me  dura una semana” resopla con orgullo. “ Y a mí cuatro días”, le retruca serio el hermano.
Los hermanos reconocen que atrapan entre cien y doscientas nutrias anuales cada uno.
“No se gana mucho, pero cuando hay animales es lindo”, resume Olegario.

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