LA PALMERA DE BELGRANO Y BALCARCE
“La palma, que por casi un siglo
fue un símbolo del crecimiento de la ciudad, la enorme palmera que frente a la
plaza Belgrano fue mudo testigo de tantos acontecimientos en el terruño, fue
abatida el martes 1° por el fuerte viento. Lo que el hombre respetó por muchos
años, postergando su tronchamiento, en un instante lo ejecutó la naturaleza en
su furia irrefrenable, abatiendo su cúpula y su vida...”
“El árbol ha muerto, dignamente,
de pie. A la inversa de tantas “plantas” humanas que viven hasta la muerte arrastrándose...”
Así, con su inconfundible estilo, el recordado
periodista José Arcuri rendía su homenaje en este artículo, publicado el 10 de
junio de 1954 en su semanario La Palabra , a uno de los hitos vegetales más
notables y queridos de nuestra ciudad: la vieja palmera que recostada sobre la
pared del alto y antiguo edificio ubicado en la esquina de las calles Belgrano
y Balcarce, lo sobrepasaba con su airosa copa.
Su tronco muerto permaneció
durante años sustentando la quimera de una presencia que inexorablemente se
convertía en memoria, hasta que fue retirado en julio de 1972. Algunas
secciones de ese tronco seco fueron conservadas como recuerdo por el señor
Oscar Suárez, propietario en esa época del edificio, y una de ellas fue
expuesta en el Museo Histórico de nuestra ciudad.
La extraña historia de esta venerada palmera y
de su insólita ubicación, se perdía en las sombras de su origen tan incierto.
Fue la señora Ada Ruffa de Arias, bisnieta del doctor Emilio Ruffa y poseedora
de valiosos papeles familiares, quien generosamente iluminó circunstancias
desconocidas. Se supo así que fue plantada por las manos de su tatarabuela,
doña Patrocinia Pedernera, en una antigua propiedad ubicada en esa misma
esquina, donde vivió durante años junto a su esposo, don Rufino Sánchez; fueron
los suegros del doctor Ruffa, quien se casó con Sinforosa Sánchez Pedernera en
1873.
Viejas tradiciones orales
mencionan a esta casa como la “quinta de los Pedernera” y ubican a la palmera
en su patio; tal vez el progreso urbano le impuso después su curiosa ubicación,
ya que en el año 1898, se construyó allí el actual edificio, destinado entonces
a un importante hotel, en cuya pared exterior se apoyó la vieja palma. Ese fue
el origen del nombre La Palma, que se podía leer sobre la altísima puerta de la
esquina, donde algunos recuerdan que funcionó una tienda así denominada;
también se designaron de esa manera el bar y el cine ubicados más tarde en la
misma cuadra. Inolvidable centinela, la vida se deslizó sin pausa bajo su copa
que reverdecía en cada primavera y el haz de sus hojas curvadas saludó por casi
un siglo el transitar de los sampedrinos. Hoy, a tanto tiempo de ese martes 1°
de junio de 1954, la nostalgia de su erguida silueta impulsa a evocarla a
partir de aquellas palabras que fueron escritas para su despedida: “el árbol ha
muerto, dignamente, de pie...”
Colaboración: Julia McInerny
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