DEFENSORES DE COLONIA VELAZ

CLUB SOCIAL
           Me duele el recuerdo, me angustia el progreso. Fue el mismo progreso el que nos dejó sin el club.
           El pueblo era chiquito: La estación del ferrocarril, la escuela, el destacamento policial, el almacén de ramos generales y diez o doce casitas, mirando hacia las vías. Ese era mi pueblo: “Colonia Vélaz”. A sus alrededores, decenas de chacras cultivadas con trigo, maíz, girasol o guinea y ganado vacuno,  porcino y equino, estos últimos eran utilizados en los trabajos de labranza.
          Los domingos, los colonos se reunían en el almacén para jugar a las cartas. Unos jugaban al truco, otros al mus y también había quien jugaba al tute cabrero. No tenían otra diversión, de todas maneras esto bastaba. Las señoras visitaban a sus vecinas y mientras charlaban, los niños jugaban en los patios de tierra a la bolita o al fútbol. Las niñas inventaban casitas y jugaban a ser mamá.
          En el año 1930, la señorita María del Carmen Planas y Sensat, dueña de una considerable fortuna y con un vasto sentido social y solidario, donó unos terrenos  cercanos al almacén, que estaba a cargo de la señora Ernestina Sosa de Pedraza, con el fin de que allí se construyera un club social.
         
          Con su ayuda, el esfuerzo de toda la comunidad y el ímpetu organizativo que le daba  “Doña Ernestina” (como todo el barrio la llamaba) muy pronto se construyó la cancha de fútbol y se formó un equipo con el nombre “Defensores de Colonia Vélaz,” integrado por los jóvenes del lugar, que se afiliaron a la Liga Deportiva Sampedrina, cabecera del partido.
          También se construyó un salón de teatro, con su respectivo escenario con telón rojo y camarines, por donde pasaron reconocidas compañías de radioteatro de la época. Entre ellas se encontraban la de Héctor Bates, Juan Carlos Chiappe, Alfonso Amigo, Humberto Lopardo, Juan Carlos Altavista ( Minguito)  y tantas otras. Se realizaban bailes y matinée, amenizadas por orquestas de la capital: Pichi  Landi, Feliciano Brunelli, la  dirigida por el sampedrino Roberto Fortunato  y  en otras oportunidades, actuaba la formada por los integrantes de la familia Mastroianni, vecinos del pueblo. Eran cinco hermanos y tres de ellos: Antonio en clarinete, Luis en guitarra; Nicolás en batería y José María y Alberto (Hijos de Antonio) en acordeón a piano y maracas, formaron un grupo orquestal que amenizaba los bailes familiares cuando se celebraba algún grato acontecimiento. También pasaron por el escenario del club, cantores como Alberto Margal y Manuel Pérez.
          ¡Cuántos fueron los romances, que luego terminarían en boda celebrada en ese mismo salón, que nacieron en esos bailes! Al compás de un tango, bien juntitos o al ritmo de algún foxtrot.
          Cuando los jóvenes comenzaron a formar parte de las comisiones, lograron implementar una biblioteca (¡se leía… en aquellos tiempos se leía!) Los interesados en adquirir más conocimientos, dado que sólo tenían a su alcance estudios primarios, encontraban en ella una importante cantidad de libros que contribuían a su cultura. Por ese entonces, solo algunos privilegiados lograban acceder a estudios secundarios o universitarios. La falta de recursos lo hacía imposible. Una cantidad importante de material didáctico y de lectura fue donado por el señor Ángel Montanari, periodista y ciudadano de San Pedro, siempre dispuesto a colaborar con la educación.
          Fueron años de esplendor y pujanza. De trabajo arduo y rudo en el campo. Esto logró el bienestar de las familias y el crecimiento del club.
          “Doña Ernestina,” reunió a un grupo de jóvenes y algunos no tanto y  formaron una compañía de teatro, dirigida por la señorita Planas. Después de mucho ensayo, pusieron en escena una obra escrita por la misma directora, con el título: “Profecía Gitana”. El elenco estaba compuesto por treinta y tres actores, todos ellos, eran vecinos del lugar,  y luego de un tiempo representaron la conocida comedia de Gregorio de Laferrere: “Las de Barranco”. Esta compañía de teatro gustó tanto que fueron a dar funciones a varios pueblos cercanos.
          ¡Cuánta unión de esfuerzos y camaradería! ¡Cómo olvidar tan gratos momentos!
          Aunque yo aún era muy joven, en el año 1956, recuerdo perfectamente la alegría que causó en el club, la obtención del campeonato de fútbol de nuestro equipo “Defensores de Colonia Vélaz”, logrando así ascender a la primera división. Hubo grandes festejos y cuánto valor se le daba, ¡Claro, todos los jugadores eran hijos de familias que pertenecían al barrio! Me parece ver a mi padre detrás del mostrador de la cantina, atareado, atendiendo a los clientes, porque en las fechas que jugaban de locales, la concurrencia .era muy numerosa. Finalizado el partido de fútbol, se realizaba la matinée. Lógicamente, previo paso por los vestuarios de los jugadores para ducharse. Las fiestas de fin de curso, también se hacían en el salón del club. ¡Qué despliegue de imaginación necesitaban las maestras! Todos los alumnos colaborábamos para decorarlo. Allí aparecían flores, macetas con diversidad de plantas y también la ropa que nuestras madres confeccionaban para las representaciones teatrales o para recitar alguna poesía. De las revistas “La Obra,” que las docentes compraban, se elegían las comedias y recitados que estudiábamos con esmero  para la función.
          
    Los jóvenes fueron creciendo y formando sus propias familias, motivo por el cual la mayoría de estos jóvenes matrimonios, buscaron trabajo en otros lugares, los lotes de campo de Colonia Vélaz eran de escasas hectáreas y no rendía ganancias para albergar a padres e hijos. Esto trajo, en consecuencia, que con el transcurso de los años el paraje se fuera despoblando. Los abuelos se retiraban hasta los pueblos más cercanos, donde encontraban más acceso a sus necesidades (médicos, farmacias y confort) Alguno de los hijos quedaba en el campo, pero los de mi edad en los años sesenta (éramos los nietos) comenzamos a dispersarnos hacia distintos destinos. Algunos para estudiar, otros en busca de trabajo, y, cuando nuestros padres se hicieron ancianos, también ellos dejaron de vivir en el campo.
      Ya para ese entonces no funcionaba el ferrocarril Belgrano (conocido como el trocha angosta). Era el nexo más importante que la comunidad  contaba para comunicarse con la Capital o con los pueblos que contaban con accesos asfaltados hacia las ciudades vecinas. No olvidemos que los caminos de nuestro pueblito, eran y aún hoy son de tierra, y en épocas de lluvia, la población quedaba aislada. Con el tiempo ya no fue necesario el destacamento policial, los abuelos que jugaban a las cartas ya no estaban y el equipo de fútbol dejó de serlo porque ya no había jóvenes. El almacén de ramos generales también cerró sus puertas y tras él, nuestro club.
          Cuando la nostalgia invade mi recuerdo y llego hasta el lugar y veo ese grupo de casitas abandonadas, la estación de trenes destruida, a causa de los estragos que los vándalos le fueron ocasionando, me aflije tanto la soledad que se respira, que cierro los ojos, y, con mi imaginación, le devuelvo la vida que tuvo en su momento. Curiosamente en lo que fue el destacamento policial, solo se encuentra en pie lo que eran los calabozos. ¿Acaso habrán quedado presos los recuerdos? ¿Esos que ni el progreso, ni el tiempo pueden borrar?
          Solamente sigue funcionando la escuela, con un nuevo edificio y en otro lugar. Los alumnos vienen desde algún puesto de estancias cercanas, no llegan en número ni a una decena.
          ¿Que pasó mi querido club? Si fuiste en mi adolescencia el que me brindó amigos que, aunque algunos estén en lugares alejados, siempre están en mi recuerdo. En tu salón disfruté de mi primer baile, en tu biblioteca comencé a conocer un poco más del mundo. Lo que más me duele, es desconocer el destino de esos ejemplares que llenaron mi vida de relatos fantásticos, novelas de amor o historia de mi patria.
          El edificio del club aún se mantiene en su lugar, su fachada es la misma aunque un poco envejecida. Trepada a la reja de una ventana desvencijada, pude observar que en el salón, resistiendo en el tiempo, aún se encuentran sus mesas de chapa de tres patas plegables. Las sillas grabadas en el respaldo con la palabra “Quilmes,” sueñan con ser ocupadas nuevamente por las parejas de enamorados o de amigos tomando una Hesperidina o una Cubana sello verde.
          El escenario con su telón rojo, desteñido y raído por el paso del tiempo, no pierde las esperanzas de que salgan nuevamente de sus camarines, los personajes que desfilaron por él: Pichirica, El león de Francia, Hormiga Negra, La negra Cachumba y tantos otros que hacían la delicia de chicos y grandes.
          Cierro los ojos y veo desfilar por mi mente, ¡tantos y tan gratos recuerdos! En busca del progreso nos fuimos del pueblo, en busca de recuerdos imborrables volvemos añorando lo perdido. ¡Mi querido club Defensores de Colonia Vélaz! En tu salón, en un baile, aprovechando que el grupo electrógeno dejó de funcionar, me dieron el primer beso de amor ¡Cómo no te voy a añorar! ¡Si eso jamás se olvida!
Colaboración: Nilda Lentichia

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Hola Fernando.
Ayer descubrimos Colonia Vélaz por casualidad, paseando, sin rumbo, por caminos de campo. Inmediatamente quedamos fascinados por la resistencia de lo que ahora (gracias a tu blog) sabemos que "es" el Club Social, y 2 o 3 casas que no lo quieren dejar solo. Somos de Villa Constitución, a casi 70 kms de allí. Nada sabíamos de Colonia Vélaz, pero te puedo asegurar que sentimos la presencia de sus antiguos habitantes apenas llegamos. Y cuando nos asomamos a las ventanas del club y vimos las mesas esas que describís, las cajas de botellas de gaseosas y sobre todo, cuando vimos el escenario, el salón se llenó de actividad y de gente. Un hermoso puente en el tiempo.
alberto aguilar ha dicho que…
Colonia Velaz!! te veo a lo lejos yo vivía en Cañada Marta e hibamos apescar al arroyo "de Cavanagh"y veíamos el pueblo de lejos....cuants recuerdos y q bella gente vivía por allí....q emoción siento !!!
Eduardo Velaz Toledo ha dicho que…
Atraído por la curiosidad de llevar mí mismo apellido Velaz, pasé a conocer el pueblo.
Es tal cual como comenta la nota. Una pena realmente que esté completamente abandonado. Imagino los lindos recuerdos y momentos vividos por quienes en su momento allí habitaron. El lugar, además de la nostalgia, aún transmite calidez y tranquilidad. Una pena que haya dejado de parar el tren en la estación.
No sería mala idea crear un polo gastronómico y volver a darle la vida que en su momento supo tener. Gracias por la información de la nota, tiene mucho valor el relato de quienes lo han habitado.
Felicito a quien narró esta hermosa nota, llena de tan lindos y emotivos recuerdos.
Saludos desde Ramos Mejía, Bs.As. Suerte siempre.

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