EL ROBO DE EZEIZA


El 15 de enero de 1961 se produjo un hecho delictivo que conmocionó al país, fue el asalto a la Aduana de Eseiza.
Un grupo de de delincuentes se alzó, en solo 15 minutos, con 560 lingotes de oro valuados en más de 40 millones de pesos.
La pregunta será para muchos ¿que tiene que ver esta noticia con San Pedro?
La respuesta es simple: Uno de los asaltantes vino a vivir a nuestra Ciudad.
El Sr. Eduardo Campos tuvo la gentileza de acercarme la crónica da las actividades del nuevo vecino contada....... por nuestros vecinos.
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UN ROBO CASI PERFECTO (2da. Parte)

Fue un robo astutamente preparado, que tuvo audacia en su ejecución, una inteligencia posterior muy pocas veces vista en el mundo del delito y que se terminó frustrando por un affaire entre uno de los protagonistas y una mujer insaciable por el dinero, un hecho que, de haber ocurrido en los EE.UU, no hubiese pasado desapercibido para Hollywood.
En el número anterior “Sentidos” le contó los detalles de un robo casi perfecto que convulsionó a San Pedro allá por fines de los cincuenta y principios de la década del sesenta.

Hoy conoceremos por boca de algunos sampedrinos detalles de la vida de uno de los integrantes de esta banda, Ramón Toscano (“Toscanito”) en nuestra ciudad.
Este personaje, tras radicarse aquí junto a su familia, lejos de la actitud lógica de tratar de pasar desapercibido y llevar una vida común y silvestre, empieza pronto a hacerse notar y de qué manera.

Rápidamente forma una empresa, “La Rosa Blanca”, vinculada a la comercialización de fruta.
“Mucha gente se preguntaba por qué este hombre que había venido y había comprado monte (comprar monte significa comprar la producción), había comprado tan caro, precios que otros no pagarían nunca” –recuerda Héctor Allegrone.

A esto de pagar precios exorbitantes por los montes, “Toscanito” lo extendió a todo lo demás. Allegrone también señala la adquisición de un camión, que supone un “Internacional” ya con bastantes años, al que el recién llegado adquirió y pagó como casi nuevo.

“El compraba todo a pagar y comentábamos, me acuerdo bien, que éste en cualquier momento va a pegar un batacazo, se va a disparar y va a quedar el tendal como siempre ocurre en San Pedro”-para agregar luego- Claro, el tipo lo tenía bien organizado mentalmente. El sabía que iba a pagar cualquier cosa teniendo la cantidad de oro que tenía. Con el tiempo iba a blanquear una suma de dinero y la gente iba a decir: “Y, al final el tipo se defiende”.

Fines de los cincuenta era el apogeo de San Pedro como productor de fruta y esto permitía a la gente emprendedora realizar buenos negocios, familias como Gomila y Guzzo ya se habían consolidado como empresas pujantes por lo que no era de extrañar que llegara alguien dispuesto a aprovechar ese momento que el partido ofrecía.

“Igual todos nos preguntábamos, hablábamos de lo mismo en el café: “De dónde salió este tipo que no entiende mucho de fruta y que compra todos los montes que le ofrecen” –señala el veterano ferretero.

Por su parte Raúl Pelletier recuerda algunos aspectos interesantes del extraño personaje “Quedó en mi memoria su extravagante forma de vestir, sacos de dos colores, zapatos combinados. No lo hacía mal, por el contrario, vestía muy bien pero de una forma a la que esta sociedad no estaba habituada.

La casa que ocupaba Toscano, Gomendio entre Obligado y Las Heras (donde hoy funciona un comercio de productos lácteos) perteneció a Felipe, el hermano de Raúl Pelletier y luego fue vendida a una familia de apellido Otero. Estos últimos se la alquilaron al flamante “frutero” y a su familia. Se trataba de una casa común, con un fondo de unos diez metros y un inocente gallinero detrás. “Un galponcito de chapa muy bien construido” recordaría Allegrone a “Sentidos”.

Ocurrió que, a poco de habitarla, Toscano entró a “Casa Galli”, en Mitre y Balcarce, con el objeto de colocarle cortinados a las ventanas. Allí, en el sector tapicería es atendido por el encargado que no era otro que Raúl Pelletier quien recuerda: “Como yo conocía la casa por haber pertenecido a mi hermano fui y le efectué el trabajo personalmente. Si bien no es mucho lo que recuerdo dado el tiempo que ha transcurrido sí me llamó mucho la atención la disponibilidad de dinero que demostraban, cuando los chicos iban a comprar golosinas no lo hacían con monedas como los demás chicos sino que llevaban billetes de importante nominación”.

Si bien Ramón Toscano y su familia gozaban de un buen pasar económico nadie sospechaba que el tipo pudiera estar metido en algo turbio. Para Allegrone tenía el pasar de una persona dueña de una empresa y nadie sospechaba. “Si todos (los de la banda) hubiesen actuado como él no los hubieran descubierto. Toscanito siguió haciendo negocios, no era cliente de un solo lado sino que compraba en muchos comercios, era un tipo muy simpático en el trato, iba a los clubes de noche, frecuentaba muchos lados, tenía la intención evidente de integrarse a la sociedad sampedrina.

Toscano, sin dudas, encarnaba el prototipo de persona exitosa a la que todos quieren parecerse: “Para nosotros, jóvenes en ese entonces, Toscanito era un héroe por lo emprendedor –señala Allegrone, para agregar-. Cuando supimos del suceso en que estaba implicado recién ahí pudimos tener respuesta de por qué trabajaba de algo que no sabía y por qué pagaba lo que pagaba. Por eso decía que, hasta que supimos en lo que andaba metido, Toscanito para nosotros era un héroe, un tipo simpático.

Como vemos los integrantes de la banda, luego de producir el espectacular robo, siguieron actuando como personas comunes y corrientes, viviendo de sus trabajos y no dando muchas señales de un sorpresivo cambio en sus economías.
Esto desorientó enormemente a los investigadores policiales argentinos y extranjeros convocados por el gobierno de la nación que trataban de buscar pistas de la esfumada banda.

Me acuerdo que habían venido expertos policiales de Inglaterra y de Estados Unidos y habían manifestado que esto no se descubría nunca más. –recuerda Héctor Allegrone- Ellos no pensaron nunca que eran delincuentes los autores del robo sino que creían que se trataba de una banda de superprofesionales, de especialistas en este tipo de hechos dada la complejidad y la forma de ejecutar la operación”. La idea de los bandoleros era la de esperar los años que hicieran falta hasta que la policía tirara la toalla -El tipo les había dicho que si precisaban plata que hablaran con él pero que no compraran nada que llamara la atención”.

Pero bien dicen que no existe el crimen perfecto. Aparentemente uno de los integrantes de la gavilla, Isaac Vigelfager, empezó a vender su parte del oro del asalto a cinco pesos por debajo de su cotización de plaza. Por su parte Saúl Lipsitz aguantó lo más que pudo hasta que, un día fue y compró una laminadora de oro, se la llevó a su casa y, a partir de ahí, a derrochar fortuna con Nelly Herrera Thompson, otra integrante de la gavilla con la que inició una relación amorosa.

Este fue el principio del final. El propietario del comercio que había vendido la laminadora llamó a la policía informando sobre el cliente que tenía y, a los pocos días, el candidato estaba entre rejas.
Los sampedrinos no salían de su asombro y no podían creer lo que sus vecinos más informados les decían “Hay decenas de policías en una casa de calle Gomendio, debe haber pasado algo muy grande”
Por esa época Guido Tauber era un hombre de unos 40 años de edad que, con un grupo de amigos se juntaba en el Bar “Butti” a jugar al “Tute Chancho”. El recuerda el momento en que se enteró del hecho:

“Estaba Hugo Pérez, Rotundo, otros más, y un señor que estaba haciendo una promoción para la Clínica “Pellegrini”. A él alguien lo trajo y empezó a jugar con nosotros. Bueno la cuestión es que este tipo era amigo de Evaristo Meneses, y un día, sería la una y media de la tarde, estaba Meneses sentado en una de las mesas que da a las ventanas del Butti. Lucía su característico sombrero, su figura muy particular y que yo conocía a través de las fotografías de los diarios. Meneses era un personaje muy singular de la policía pero creo que en ese tiempo ya había dejado de ser comisario y había venido a San Pedro en representación de una compañía de seguros vinculada al caso del robo”-.

Héctor Allegrone recuerda al mítico policía señalando que “era toda una personalidad, un tipo grandote, de fuerte contextura. Un policía como Al Pacino en “Sérpico”, todo un personaje. Tenía una cámara fotográfica en los ojos, ese era el mayor mérito de Meneses, veía una cara y no se la olvidada más. Por eso se contaban tantos casos de él en esa época, pasaba por un bar, veía un tipo que era buscado, pasaba y lo agarraba-.

Tauber, ganado ya por la curiosidad de observar de cerca un personaje cuasi legendario y por las ganas de saber qué era lo que estaba ocurriendo en su ciudad, no titubeó y encaró la mesa donde se hallaba Meneses.
“Fui hasta la mesa que ocupaba y cambié algunas palabras con él y me contó que había venido porque había un quilombito con una banda". Al rato viene y me dice: “Cayó la banda del robo de oro” y está la Federal en el lugar, luego sale del bar y se va hasta ahí”.

Tauber y sus compañeros de “Tute Chancho” no dudan ni un segundo: “Hugo Pérez tenía un Jeep en sociedad con el Dr. Frisch y nos dijo: “Si quieren nos vamos para allí”. Y nos fuimos nomás. Había un montón impresionante de gente, un enorme operativo que ya estaba terminando. No pudimos llegar hasta donde estaba el oro pero estuvimos viendo el operativo”.

Quien sí fue testigo privilegiado del procedimiento policial fue Héctor Allegrone. Por esa época su tía vivía en la casa lindera a donde se habían descubierto las 400 barras de oro enterradas en el gallinero.
-“Yo me fui para allá. Le dije “Tía, dejáme subir al tapial”, porque no dejaban ver. Así fue que me senté arriba del tapial. Vino un tipo que sería un policía, estaba de civil. “Usted no puede estar”, contesté: “Por qué no voy a estar si yo vivo acá”, ¿Usted vive ahí? “Si, yo vivo acá”…El tipo quedó desconcertado. La cuestión es que empezaron a sacar el oro.

El ferretero hace una pausa, piensa largamente un adjetivo que permita visualizar claramente lo que él sintió en ese momento. Lo halla y lo suelta, muy despacio, casi dejándolo salir de sus labios “es embriagante ver tanto oro”. No era para menos ya que se trataba de cuatrocientas barras de oro de un kilogramo cada una.
Luego recompone el relato: “Era una pila, una pila muy alta, apilaban los lingotes como a los ladrillos. Había gente que anotaba en planillas, gente que controlaba, muchos funcionarios dedicados a un tramo de la tarea.

Como fue que la policía halló los lingotes, muy bien enterrados en el gallinero, era una de las dudas que tenía, por suerte para él uno de los investigadores algo afecto al diálogo le dio la respuesta “Le pregunté como lo encontraron y me dice “Tenemos un detector de metales”. En eso sale un tipo del gallinero que estaba en el fondo del terreno con un detector que era como una caña con una torta en la punta. El tipo mientras me hablaba estaba frente al oro, no se movía de ahí. Yo, que estaba arriba del tapial estaría a unos dos metros, estaba ahí nomás, cerquita de la pila de oro.

“Fuimos pasando el aparato por el lugar –continuó el policía- hasta que, cuando pasamos por el gallinero sonó la chicharra. Entonces le pregunto qué pasa si no hubiese habido nada, me dijo “hubiésemos venido con un detector más poderoso, porque éste agarra hasta un metro no más”.

A medida que avanzaban con el aparato por el terreno volvió a sonar la chicharra. “Vinieron tipos con palas, cavaron y sacaron un revólver de juguete, de lata. En ese tiempo no existía el plástico. Ahí pensé “Qué aparato extraordinario”, yo no los conocía en esos años, para mí era todo una novedad”.

Esto le planteó una nueva duda a Allegrone. ¿Por qué ustedes iban a venir con otro detector si con éste no hallaban nada? Pregunté. Porque nosotros sospechábamos mucho de estos, teníamos ciertos datos”, me contestaron. Es decir que alguien había cantado, porque me dijeron que había habido una persona que intentó comprar una laminadora de oro y quién quiere una laminadora de oro, es algo que no sirve absolutamente para nada ni para nadie, salvo que tenga oro”.

Resultaba por demás de evidente que la policía tenía ubicados a aquellos que vendían laminadoras de oro. “Los tenían controlados. Cuando vino gente de Scotland Yard les dijo a los investigadores locales que la única posibilidad que existía era que los autores del robo quisieran movilizar el oro pero, agregaban, esto era difícil que fuera a ocurrir porque, para ellos, el oro ya estaba fuera del país. Todos estos datos me los contó el hombre que conversó conmigo mientras yo estaba sobre el tapial de mi tía.

Tras el relato que estos amables sampedrinos nos hicieron tan solo un interrogante le quedaba a “Sentidos” ¿Hubo sampedrinos en la banda esa?
Nuevamente fue el “Negro” Allegrone quien nos dio una respuesta “Decían que había uno pero era un perejil al que usaban como datero.

Así concluye este cinematográfico hecho policial que conmocionó a nuestra ciudad casi medio siglo atrás. Como en las películas, lo que pintaba para ser perfecto termina fallando porque alguien “mete la pata”. Ese error fue el de no poder vivir con una fortuna virtual, tener mucho dinero y no poder usarlo. Esa debilidad humana fue la que, al fin y al cabo, decidió que este no fuera un robo perfecto sino un robo “casi” perfecto. La diferencia no es menor.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
86hola muy bueno esta redactado,el era una persona genial por lo que se cuenta en la familia.y san pedro fue su segundo hogar.fernando toscano nieto.
Anónimo ha dicho que…
Mi mama se llamaba rosa blanca x esa flota de fruta...me hubiese gustado conocerlo.
blogs de prueba ha dicho que…
Y dónde estarán enterrada esa mujer 🤔 y los otros ladrones la nota no dice suelen poner a veces dónde descansan en paz

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