UN RECUERDO

El alcanforero de la Escuela Nº 6

v     En el sector del patio cubierto con ladrillos gastados, un círculo quebraba la monotonía de las hileras, formando una espiral de fragmentos pequeños, una indescifrable figura geométrica que atraía todas las miradas y aguijoneaba la imaginación; y aunque las voces autorizadas aseguraban que era nada más que la inofensiva superficie visible de un viejo pozo de agua clausurado, no lograban disipar el recelo hacia esa marca que sugería oscuras profundidades pertenecientes a otro siglo.      

v     Pero a pocos metros estaba el alcanforero, alejando todos los temores. Enorme, con su copa perfecta cargada de años y de frescura, tan antiguo o más que el supuesto aljibe de incierto pasado. Su sombra fue el reparo de tantos recreos, y sus raíces acompañaron el descanso, las confidencias y la risa fácil de la poca edad.

v     A veces, sus ramas altas brindaban un improvisado atalaya para ubicar la pelota que por un impulso mal calculado desaparecía en los oxidados techos de las galerías; o se transformaban sin desearlo en compinches de algún alumno rebelde que desde ese escondite trataba de poner distancia a la reprimenda segura, provocando una expectativa que no por repetida dejaba de ser perturbadora.

v     En los últimos días de noviembre, el espléndido alcanforero se convertía en el compañero esencial de los ensayos escolares. Los surcos de su corteza debieron  percibir por muchos años las voces que alegraban el acto de fin de curso, ligadas siempre con la nostalgia de los que egresaban; y habrá logrado registrar, entre otras, la letra pegadiza que acompañada por la armónica de un alumno proclamaba que los soldados “marchan con fe / van hacia el fin / son granaderos de San Martín”; o el coro de la clásica zarzuela que tantas veces resonó entre sus hojas para alentar el trabajo infatigable de las segadoras españolas, que cortaban espigas fabulosas “todo el día a los aires y al sol”... 

v     Aquella escuela N° 6 de la calle Oliveira Cézar se trasladó a su actual edificio hace ya largo tiempo. La casona donde funcionaba se transformó hasta volverse irreconocible. Pero la imagen del alcanforero suele resurgir con todo su entorno afectivo, cada vez que la casualidad pone en el aire la música de las coplas entonadas alguna vez en noviembre bajo su copa; de esas canciones que habrán quedado grabadas con sus propias voces en la memoria vegetal del árbol tan querido. Porque al evocarlo aún pueden ser secretamente escuchadas sólo por aquellos afortunados que tuvimos el privilegio de buscar su sombra.

                                                                                                                 Colaboración: Julia McInerny

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